Bajamos del vehículo. Parados en la puerta, golpeamos las manos para que alguien nos reciba. Era la casa de José Medina, habitante de Vilcabamaba, ciento doce años.
—No contesta nadie.
—Es que el hombre está un poco sordo, pero tiene una hermana que oye bien.
—¿Qué edad tiene la hermana?
—Ciento cuatro.
Como nadie responde suponemos que la mujer salió para hacer las compras. Pasamos el portón y entramos en la finca. Una casa humilde, de campo. En el fondo hay un terreno donde los Medina cultivan parte de su alimento: lechuga, maíz y poroto. No se ve a nadie. Lenin se aleja por detrás de un monte y desde allí nos llama.
José Medina está trabajando con su azada. Nos mira un segundo, luego baja la cabeza y continúa como si nuestra presencia no le implicara la necesidad de detener la labranza. Víctor me dice que me fije bien lo que hace José Medina. Me fijo. Separa la hierba buena de la mala. Un trabajo para el que se necesita precisión en el golpe y buena vista. A los ciento doce años eso no le resulta un problema. Ni siquiera necesita anteojos. Usa la misma ropa que la mayoría de la gente de campo en Vilcabamba: pantalón de vestir y camisa blanca. En cambio yo, que vengo de visita, tengo un pantalón cargo con tratamiento impermeable y una camisa outdoor con tecnología dry fit.
Le pregunto si puede sentarse para conversar un poco. Se queda parado, apoyando el peso del cuerpo sobre el mango de la azada. Víctor me dice que hace dos semanas le trajo un grupo de canadienses que querían conocerlo y que el mes pasado vinieron a entrevistarlo de la televisión de Hong Kong.
—Claro, ahora no me contesta porque está cansado de que lo vengan a molestar. Aunque hable en español para él sigo siendo un extranjero.
—No te contesta porque no te escucha. Probá de hablarle más alto.
Estoy tan sorprendido viendo al anciano trabajar que me olvido de que es un anciano. Encontrarme con uno de ellos en actividad —ciento doce años subidos a lo alto de un monte—, en plena tarea de agricultor y con una agudeza visual envidiable, me empuja a construir una idea. Un idea que no les admite el menor defecto, la menor debilidad y evidentemente ningún tipo de sordera.
José Medina decide sentarse. Debajo del sombrero se le nota el pelo todavía negro. Le llega hasta la mitad de la frente. Quiero ver si usa barba candado por coquetería o si sólo le crece de esa manera. Aunque me acerco me cuesta averiguarlo, no tengo la vista que él tiene. Lo único que puedo decir es que es una barba con muy pocas canas.
—¡Qué temblor anoche! ¿No, Don José?
Considero que los terremotos, además de una catástrofe, también pueden ser una excelente forma de sociabilización.
—Sí, qué temblor.
—Se movió todo.
—Sí —me contesta—, se movió.
No logro entusiasmarlo con el tema así que decido dejarlo para otro momento.
Víctor cambia de conversación y le hace una pregunta para viejos. No le dice “¿cómo está?” le pregunta cómo se siente.
—Bien, cuando fumo me mareo un poco.
—¿Cómo es eso que fuma? —le pregunto a Víctor.
Me contesta que fuma “chamico”, una hierba que comenzó a ser utilizada en la antigüedad por los chamanes. Ahora es una costumbre de la gente del pueblo.
“Chamico” es lo que fuman los centenarios de Vilcabamba. Sus primeros efectos pueden ser comparados con los de la marihuana, después de algunas pitadas se le suman los de la cocaína. Trae alucinaciones, pensamientos fantásticos, pérdida de memoria, excitación y furia. También se le adjudican propiedades afrodisíacas, lo que es una lástima, el “chamico” es de las plantas más tóxicas. En síntesis, Don José, el primer centenario con el que me encuentro en el valle, se droga. Es más, según nuestra manera de pensar, se drogó toda la vida. Como si eso no fuera suficiente además de “chamico” le gustan los cigarrillos que venden en los negocios. El tabaco común y corriente. Fuma poco, pero fuma. Siempre fumó. Últimamente se marea pero no lo suficiente como para abandonar el vicio.
—Cuando era más joven —a los setenta años— fumaba mucho más.
—¿Y beber? ¿Le gusta beber?
—Ahora no. Desde los ciento seis que no bebo. De vez en cuando me vuelve la costumbre y me tomo un “puro”. No más de una vez por día.
Por suerte lo tengo a Lenin para que me explique. Es un lujo poder consultarlo en algunos temas.
El “puro” es un aguardiente muy similar al ron. Lo que queda en la punta del alambique. Se prepara con el desecho de la caña de azúcar y es de las bebidas más fuertes. De alta graduación alcohólica y despiadada con el hígado de quien la consume.
Mientras escucho a José Medina recuerdo las explicaciones, los argumentos con los que justifican que en Vilcabamba haya tantos centenarios. El ambiente natural, la alimentación orgánica, el aire puro, el agua no contaminada. En el valle la naturaleza logró librarse de la mano nociva del hombre, de su capacidad destructiva. Por eso premió a sus hijos con buena salud y un bonus de cuarenta años de vida. Una recompensa por portarse bien y mantenerse dentro de los límites de la moral y las buenas costumbres.
Sin embargo, los representantes de la salud y de la vida sana mienten de manera descarada sobre Vilcabamba. No es ningún secreto que en el valle se consume alcohol, tabaco y droga. El alcohol que toman los longevos es de alta graduación, el tabaco como cualquier otro de venta libre y el chamico es una droga tan tóxica que los adictos recomiendan a otros adictos consumir marihuana y cocaína antes que chamico. Son menos perjudiciales.
De todas formas el esquema de la pureza se mantiene. Pase lo que pase. A los amantes de la virtud les resulta insoportable que los vilcabambenses subsistan más tiempo y en mejores condiciones que los que no tienen vicios. Les parece injusto.
Los fanáticos de la vida sana se desesperan porque estos datos no le coinciden. Se desorientan porque lo que vienen pregonando de manera honesta se les desarma cuando llegan al valle. Por eso cuando hablan de Vilcabamba esconden al alcohol, al tabaco y a la droga, debajo de la alfombra.
Si durante tanto tiempo nos alimentamos con comida naturista, evitamos exponernos al sol, eliminamos los vicios, hicimos ejercicios, nos acostamos temprano, meditamos, y un buen día nos topamos con un grupo de centenarios saludables sentados alrededor de una mesa fumando y bebiendo, no hay que tirarse al piso y ponerse a llorar. No. Hay que tomárselo con calma y entender que en Vilcabamba son otras las circunstancias. Porque sobre sus gustos y sus vicios es de lo primero que habla, a los ciento doce años, José Medina.
No me opongo a preservar el medio ambiente. Tampoco creo que la ecología sea una entidad suprema a la que se le puede adjudicar todo lo que sale bien en esta tierra. Vilcabamba tiene un entorno conservado pero está lejos de ser el único lugar del planeta con ese nivel de conservación. Esto no concluye en apoyar la contaminación. Tampoco a las tabacaleras, la venta de alcohol o la droga. No es eso. Es que la medicina tiene un aspecto maravilloso y sanador pero también se le nota un talante policial, un carácter que le cuesta bastante controlar.
La medicina no es una ciencia. Ciencia son la biología y la química. La medicina es una técnica. Una técnica para curar.
Cuando los médicos descubren que en un valle del Ecuador la gente vive sana fumando, consumiendo sustancias y tomando alcohol deberían saber que no es de buen gusto querer ocultarlo. Insistir con la misma formula, pronosticando la muerte a los viciosos, borrachos y fumadores cuando en Vilcabamba pareciera que no tendrían porqué preocuparse, es el triunfo de la moral sobre la ciencia. La ciencia debería preguntarse ¿qué es lo que está ocurriendo? ¿Por qué las prevenciones son tan ciertas fuera del valle y no tanto para los habitantes de la zona? ¿Cuál es la diferencia?
Es cierto que el alcohol, la nicotina y las sustancias son nocivos, pero esas son nada más que consecuencias. Otra cosa es pensar que la enfermedad es un castigo, bien merecido, por transgredir una conducta prohibida.
Don José debe ser el hijo malcriado de la naturaleza. Al que se le permite todo y no se le dice nada. Así le fue. Tiene ciento doce años, el pelo negro, la vista aguda y capacidad para trabajar. Pero digamos la verdad, escuchar no escucha del todo bien. Finalmente pagó por sus excesos y se quedó un poquito sordo.
Saludo a José Medina y me voy. No pude enterarme de cómo le fue con el terremoto.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Adelanto Capítulo 13
Publicado por
eterna juventud
en
3:18
Etiquetas: historia
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5 comentarios:
Me parece muy buna la idea de publicar este libro, por que nos informa de ciertas cosas que suceden en el mundo. Y nosotros (lectores), no tendríamos ni idea de que ocurren.
La verdad que no te conozco como autor pero creo que vale la pena leerlo y saber un poco mas de lo que sucede en esa región. Espero leerlo y así opinar sobre esta verdadera obra.
hola estoy consumiendo mevuelvoloco loco loco loco muy hacique , atencion , no vayan a matar a alguien creo que tengo a mivecino bajo mi cama :S
Interesante lo que contás.Me moviliza porque justamamente cuando estoy reflexionando sobre la violencia contra la mujer y sobre este fenómeno mundial que es el consumo de drogas, prendo la tele y Ricardo, te están haciendo una nota,contás sobre tus libros, me meto en internet y me encuentro con un autor muy interesante. Leeré tus libros. Gracias.
interesantísimo... me llama mucho la atención aquello de la conservación de esta persona aún cuando ha traspasado límites. eso me trae a pensar que solamente hay que disfrutar la vida como se tenga, porque si uno está pensando día tras día en las consecuencias de hacer algo o que nos pasará, moriremos en el intento. saludos.
no quisiera pensar que este libro propone una apologia de la droga alcohol etc,etc. Vivir 120 años ? en que condiciones fisicas y espirituales? voy a leer el libro pero prefiero una vida feliz sana con alegria y optimismo con los años que me toque dentro de lo normal no me parece que esta gente este disfrutando la vida ni sean felices gracis paso....
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