miércoles, 10 de diciembre de 2008

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viernes, 14 de noviembre de 2008

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viernes, 26 de septiembre de 2008

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domingo, 21 de septiembre de 2008

Adelanto Capítulo 13

Bajamos del vehículo. Parados en la puerta, golpeamos las manos para que alguien nos reciba. Era la casa de José Medina, habitante de Vilcabamaba, ciento doce años.
—No contesta nadie.
—Es que el hombre está un poco sordo, pero tiene una hermana que oye bien.
—¿Qué edad tiene la hermana?
—Ciento cuatro.
Como nadie responde suponemos que la mujer salió para hacer las compras. Pasamos el portón y entramos en la finca. Una casa humilde, de campo. En el fondo hay un terreno donde los Medina cultivan parte de su alimento: lechuga, maíz y poroto. No se ve a nadie. Lenin se aleja por detrás de un monte y desde allí nos llama.
José Medina está trabajando con su azada. Nos mira un segundo, luego baja la cabeza y continúa como si nuestra presencia no le implicara la necesidad de detener la labranza. Víctor me dice que me fije bien lo que hace José Medina. Me fijo. Separa la hierba buena de la mala. Un trabajo para el que se necesita precisión en el golpe y buena vista. A los ciento doce años eso no le resulta un problema. Ni siquiera necesita anteojos. Usa la misma ropa que la mayoría de la gente de campo en Vilcabamba: pantalón de vestir y camisa blanca. En cambio yo, que vengo de visita, tengo un pantalón cargo con tratamiento impermeable y una camisa outdoor con tecnología dry fit.

Le pregunto si puede sentarse para conversar un poco. Se queda parado, apoyando el peso del cuerpo sobre el mango de la azada. Víctor me dice que hace dos semanas le trajo un grupo de canadienses que querían conocerlo y que el mes pasado vinieron a entrevistarlo de la televisión de Hong Kong.

—Claro, ahora no me contesta porque está cansado de que lo vengan a molestar. Aunque hable en español para él sigo siendo un extranjero.

—No te contesta porque no te escucha. Probá de hablarle más alto.

Estoy tan sorprendido viendo al anciano trabajar que me olvido de que es un anciano. Encontrarme con uno de ellos en actividad —ciento doce años subidos a lo alto de un monte—, en plena tarea de agricultor y con una agudeza visual envidiable, me empuja a construir una idea. Un idea que no les admite el menor defecto, la menor debilidad y evidentemente ningún tipo de sordera.

José Medina decide sentarse. Debajo del sombrero se le nota el pelo todavía negro. Le llega hasta la mitad de la frente. Quiero ver si usa barba candado por coquetería o si sólo le crece de esa manera. Aunque me acerco me cuesta averiguarlo, no tengo la vista que él tiene. Lo único que puedo decir es que es una barba con muy pocas canas.

—¡Qué temblor anoche! ¿No, Don José?
Considero que los terremotos, además de una catástrofe, también pueden ser una excelente forma de sociabilización.
—Sí, qué temblor.
—Se movió todo.
—Sí —me contesta—, se movió.

No logro entusiasmarlo con el tema así que decido dejarlo para otro momento.
Víctor cambia de conversación y le hace una pregunta para viejos. No le dice “¿cómo está?” le pregunta cómo se siente.

—Bien, cuando fumo me mareo un poco.

—¿Cómo es eso que fuma? —le pregunto a Víctor.

Me contesta que fuma “chamico”, una hierba que comenzó a ser utilizada en la antigüedad por los chamanes. Ahora es una costumbre de la gente del pueblo.
“Chamico” es lo que fuman los centenarios de Vilcabamba. Sus primeros efectos pueden ser comparados con los de la marihuana, después de algunas pitadas se le suman los de la cocaína. Trae alucinaciones, pensamientos fantásticos, pérdida de memoria, excitación y furia. También se le adjudican propiedades afrodisíacas, lo que es una lástima, el “chamico” es de las plantas más tóxicas. En síntesis, Don José, el primer centenario con el que me encuentro en el valle, se droga. Es más, según nuestra manera de pensar, se drogó toda la vida. Como si eso no fuera suficiente además de “chamico” le gustan los cigarrillos que venden en los negocios. El tabaco común y corriente. Fuma poco, pero fuma. Siempre fumó. Últimamente se marea pero no lo suficiente como para abandonar el vicio.

—Cuando era más joven —a los setenta años— fumaba mucho más.

—¿Y beber? ¿Le gusta beber?
—Ahora no. Desde los ciento seis que no bebo. De vez en cuando me vuelve la costumbre y me tomo un “puro”. No más de una vez por día.

Por suerte lo tengo a Lenin para que me explique. Es un lujo poder consultarlo en algunos temas.

El “puro” es un aguardiente muy similar al ron. Lo que queda en la punta del alambique. Se prepara con el desecho de la caña de azúcar y es de las bebidas más fuertes. De alta graduación alcohólica y despiadada con el hígado de quien la consume.

Mientras escucho a José Medina recuerdo las explicaciones, los argumentos con los que justifican que en Vilcabamba haya tantos centenarios. El ambiente natural, la alimentación orgánica, el aire puro, el agua no contaminada. En el valle la naturaleza logró librarse de la mano nociva del hombre, de su capacidad destructiva. Por eso premió a sus hijos con buena salud y un bonus de cuarenta años de vida. Una recompensa por portarse bien y mantenerse dentro de los límites de la moral y las buenas costumbres.

Sin embargo, los representantes de la salud y de la vida sana mienten de manera descarada sobre Vilcabamba. No es ningún secreto que en el valle se consume alcohol, tabaco y droga. El alcohol que toman los longevos es de alta graduación, el tabaco como cualquier otro de venta libre y el chamico es una droga tan tóxica que los adictos recomiendan a otros adictos consumir marihuana y cocaína antes que chamico. Son menos perjudiciales.

De todas formas el esquema de la pureza se mantiene. Pase lo que pase. A los amantes de la virtud les resulta insoportable que los vilcabambenses subsistan más tiempo y en mejores condiciones que los que no tienen vicios. Les parece injusto.
Los fanáticos de la vida sana se desesperan porque estos datos no le coinciden. Se desorientan porque lo que vienen pregonando de manera honesta se les desarma cuando llegan al valle. Por eso cuando hablan de Vilcabamba esconden al alcohol, al tabaco y a la droga, debajo de la alfombra.

Si durante tanto tiempo nos alimentamos con comida naturista, evitamos exponernos al sol, eliminamos los vicios, hicimos ejercicios, nos acostamos temprano, meditamos, y un buen día nos topamos con un grupo de centenarios saludables sentados alrededor de una mesa fumando y bebiendo, no hay que tirarse al piso y ponerse a llorar. No. Hay que tomárselo con calma y entender que en Vilcabamba son otras las circunstancias. Porque sobre sus gustos y sus vicios es de lo primero que habla, a los ciento doce años, José Medina.

No me opongo a preservar el medio ambiente. Tampoco creo que la ecología sea una entidad suprema a la que se le puede adjudicar todo lo que sale bien en esta tierra. Vilcabamba tiene un entorno conservado pero está lejos de ser el único lugar del planeta con ese nivel de conservación. Esto no concluye en apoyar la contaminación. Tampoco a las tabacaleras, la venta de alcohol o la droga. No es eso. Es que la medicina tiene un aspecto maravilloso y sanador pero también se le nota un talante policial, un carácter que le cuesta bastante controlar.
La medicina no es una ciencia. Ciencia son la biología y la química. La medicina es una técnica. Una técnica para curar.

Cuando los médicos descubren que en un valle del Ecuador la gente vive sana fumando, consumiendo sustancias y tomando alcohol deberían saber que no es de buen gusto querer ocultarlo. Insistir con la misma formula, pronosticando la muerte a los viciosos, borrachos y fumadores cuando en Vilcabamba pareciera que no tendrían porqué preocuparse, es el triunfo de la moral sobre la ciencia. La ciencia debería preguntarse ¿qué es lo que está ocurriendo? ¿Por qué las prevenciones son tan ciertas fuera del valle y no tanto para los habitantes de la zona? ¿Cuál es la diferencia?

Es cierto que el alcohol, la nicotina y las sustancias son nocivos, pero esas son nada más que consecuencias. Otra cosa es pensar que la enfermedad es un castigo, bien merecido, por transgredir una conducta prohibida.

Don José debe ser el hijo malcriado de la naturaleza. Al que se le permite todo y no se le dice nada. Así le fue. Tiene ciento doce años, el pelo negro, la vista aguda y capacidad para trabajar. Pero digamos la verdad, escuchar no escucha del todo bien. Finalmente pagó por sus excesos y se quedó un poquito sordo.

Saludo a José Medina y me voy. No pude enterarme de cómo le fue con el terremoto.

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Adelanto Capitulo 1

Algo pasa en Vilcabamba. Algo que le permite a su gente vivir ciento diez, ciento veinte y hasta ciento cuarenta años. No sólo viven mucho. Viven mucho con una salud envidiable y sin prestarle atención a los consejos médicos. Los habitantes de Vilcabamba tienen inclinación por los excesos insalubres: fuman como escuerzos y beben como cosacos. Sin embargo, a la edad en que cualquiera de nosotros muestra signos de deterioro, ellos están listos para otros cuarenta años más. Llegan a los ciento veinte sin pedir ayuda, trabajando y atendiéndose solos. ¿Cómo hacen? Es el misterio del valle.
Algunos creen que es por el aire, otros por el agua y la mayoría coincide en que puede ser la dieta. Lo cierto es que en Vilcabamba no se torturan para estar sanos ni se privan de lo que quieren. En el pueblo nadie se mata para vivir.

Tengo un pasaje a Ecuador, una conexión a la provincia de Loja y un trayecto que cubrir hasta el valle sagrado de Vilcabamba. También una reserva en un santuario new age en el mismo corazón de la aldea. Allí pienso hacer base para enterarme de qué va a ocurrir en un futuro cercano cuando los avances de la ciencia nos den la posibilidad de vivir tantos años como los habitantes de Vilcabamba.

Aunque los censos internacionales señalan que la mayor expectativa de vida se da en lugares como la República de Andorra o la isla de Okinawa en Japón —sitios de alto nivel económico y estilo sosegado—, Vilcabamba de Ecuador les saca varias décadas de ventaja sin demasiado esfuerzo. Lo hace con una población que cuenta con pocos ingresos, malas condiciones sanitarias y trabajo duro de por vida. A pesar de eso, mucha gente supera con holgura los cien años. En el pueblo hay diez veces más centenarios que los que se puede encontrar en cualquier otro lado.

Voy a ver qué pasa en Vilcabamba siempre y cuando la salud de mi padre me lo permita. Espero no tener que suspender el viaje a último momento porque hoy, mañana o pasado, puedo recibir una llamada pidiendo que no me vaya, diciendo que empeoró y que esperamos un desenlace de un momento a otro.

Por lo general los médicos, después de una frase como ésa, se quedan callados. Consideran que soy el que tiene que decir algo o suponen que por lo menos tendría que hacer una pregunta. Con el tiempo aprendí a imitarlos y a no decir nada. Me quedo mirándolos sin que salga de mi boca ni una sola palabra. Aguardo a que comiencen a toser, a que no sepan qué hacer con las manos y a que se pongan a hojear de nuevo, por vez número cien, la misma historia clínica. Si me quedo callado respirarán hondo, buscarán una manera de saludarme y saldrán de la habitación.

Haré lo mismo que vengo haciendo hace diez años: mantener la reserva aérea hasta que la compañía esté a punto de cancelarla. Voy a esperar hasta último momento para ver si puedo viajar o si me veo obligado a suspender el proyecto porque es necesario que me quede junto a mi padre. No es la primera vez que me pasa algo así. En mi vida es un clásico. Tengo en cuenta la salud de mi padre hasta para arreglar la salida de un sábado a la noche. Los que me conocen dicen que lo que hago no tiene el menor sentido. Y tienen razón. Hace muchísimo que mi padre está enfermo, gravemente enfermo. Son muchas las internaciones, las horas de terapia intensiva y los infartos que tuvo en el corazón, el cerebro y los riñones. Sin embargo, aunque tenga toda la evidencia delante, todavía me cuesta aceptar que mi padre es inmortal.

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miércoles, 17 de septiembre de 2008

Duro de domar - Roberto Petinato

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viernes, 12 de septiembre de 2008

Mañanas informales





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viernes, 5 de septiembre de 2008

LLEGA EL LIBRO ETERNA JUVENTUD

El nuevo libro de Ricardo Coler

En Vilcabamba –un pueblo del Ecuador- viven ciento veinte, ciento treinta y hasta ciento cuarenta años.

No se hacen chequeos médicos ni toman medidas de prevención. Tampoco se enferman. Fuman, beben y consumen sustancias que creíamos reservadas para las estrellas de rock.

Llevan una vida muy humilde pero cuando la terminan lo hacen como aristócratas: sin padecimientos prolongados ni alterando la vida de los hijos por la necesidad de atenderlos.

Algo pasa en Vilcabamba, algo que les permite a sus habitantes burlarse de la muerte. Por eso, políticos, científicos, religiosos, millonarios, militares y artistas de fama internacional, compran tierras en el pueblo. Nadie quiere quedarse afuera.

DESDE SEPTIEMBRE EN TODAS LAS LIBRERIAS
EDITORIAL PLANETA

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Biografía



Ricardo Coler nació en Buenos Aires en 1956. Es médico, fotógrafo y periodista. Sus notas, fotografías y ensayos sobre sus experiencias con sociedades matriarcales, poliándricas y poligámicas han sido publicadas en diversos medios argentinos y del exterior. Es fundador y director de la revista cultural Lamujerdemivida.

Publicó El reino de las mujeres (2005) con gran éxito de ventas y Ser una diosa (2006). Sus libros han sido traducidos a varios idiomas.

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La historia

Los habitantes de Vilcabamba viven más de ciento veinte años. Cuando pasan los cien todavía leen sin anteojos, conservan la dentadura completa y se jactan de sus aventuras amorosas. Los que tienen canas vuelven a recuperar el color del pelo, son parte activa de las fiestas y están lejos de querer jubilarse. Llegan saludables a una edad avanzada sin atender a los consejos médicos. Fuman, beben y consumen sustancias que creemos reservadas para las estrellas de rock. No se hacen chequeos médicos ni toman medidas de prevención. Tampoco se enferman. Así viven hasta el final de sus días y cuando les llega el momento se despiden sin preparativos. Salen a trabajar y no vuelven, se acuestan a dormir y ya no se levantan. Llevan una vida muy humilde pero la terminan como aristócratas.

Vilcabamba es un golpe bajo para los que miden las calorías, eligen lo natural como única opción y se obsesionan con la salud. Sin tanto cuidado y en condiciones precarias, los ancianos de Vilcabamba aventajan a cualquiera que se haya esforzado comiendo sano durante toda su vida.

El autor también es médico y a medida que se desarrolla la crónica describe la relación con su padre, un hombre mayor sostenido por los avances de la ciencia. También cruza la frontera que separa a los familiares del cuerpo médico describiendo lo que ocurre en ambos territorios.

La vejez de los padres genera sensaciones ambivalentes y en la actualidad es una etapa prolongada, más prolongada de lo que fue siempre y probablemente más injusta. La familia no sabe cómo enfrentar una situación ineludible que con el tiempo se vuelve confusa.

Estar bien, mantenerse saludable y retrasar el envejecimiento es algo que todos tenemos incorporado. Es el ideal de la época. Un ideal corto, marcado por el miedo a morir. Pero la vejez puede ser una enfermedad como cualquier otra, con mecanismos biológicos sobre los que es posible actuar. Quizá Vilcabamba sea una clave. Algo pasa en ese pueblo del Ecuador que si no la cura al menos la mejora. Mientras tanto hay quienes van tomando posiciones. Políticos, científicos, religiosos, millonarios, militares y artistas de fama internacional, compran tierras en el pueblo. Nadie quiere quedarse afuera.

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domingo, 17 de agosto de 2008

Ser una diosa


Sinopsis

Es una Diosa viva, la única de todo el planeta. La adoran millones de fieles, la validan los sacerdotes y es pródiga en milagros. Pero ¿qué significa para una mujer ser una Diosa? ¿Quiénes la adoran? ¿Cómo vive cuando deja de serlo?

Ricardo Coler viajó a Katmandú, en Nepal, un reino como los de antes, y entrevistó a la Diosa. A medida que transcurre la investigación, el autor es consciente de que está ubicado en el mismo lugar que ocuparon los personajes bíblicos, los que se comunicaban con Dios cuando todavía visitaba la Tierra.
También conoció a las mujeres que alguna vez fueron diosas y que luego dejaron de serlo; cómo cada una de ellas, a su debido momento, debió ganar su lugar luego de una durísima contienda entre decenas de aspirantes. Ver cómo viven, hablar con ellas en la intimidad fue revelador.
Ricardo Coler, autor de El reino de las mujeres, nos abre un mundo sorprendente, en el que la Diosa justifica su lugar de excepción y nos incita a reflexionar sobre la naturaleza de los vínculos entre los hombres y las mujeres -la utilidad de la superioridad y de la inferioridad-, los ideales y las creencias que sostienen a las civilizaciones.

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El reino de las mujeres


Sinopsis

Cómo es una sociedad en la que las mujeres están al mando? ¿De qué manera afecta a las costumbres y a las conductas el ejercicio indiscutido de ese poder? Ricardo Coler viajó al último de los matriarcados y emprendió su exploración lleno de preguntas y dudas. ¿Los roles que hemos asumido en Occidente son reales o culturales? ¿La relación que se establece con la familia, el trabajo, la sexualidad, la política, las formas de ejercer poder en cada ámbito, es natural, adquirida o impuesta? ¿Qué nos hace más poderosos, más fuertes o más débiles? ¿La violencia es inevitable, es inherente al ser humano?

El apasionante relato de Coler nos revela que la familia y la sexualidad van, oficialmente, por cauces separados; el matrimonio no es ni la única ni la más seria de las instituciones familiares; no existe la fantasía de que el amor todo lo arregla y de que para ser feliz hace falta tener una buena pareja; el valor del dinero y la violencia también son muy diferentes de los nuestros. Asimismo nos muestra que, mientras detentan el poder, las mujeres no abandonan la condición femenina.

Una comunidad que parece haber encontrado una organización natural, sin conflictos; un relato sorprendente que nos deslumbra y nos invita a reflexionar sobre nuestra propia forma de vida.

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